La era digital

La imagen resulta lejana: Amelia Bence y Angel Magaña rodeados de fotógrafos, de fans y de glamour, entrando al cine Ambassador de Lavalle y Esmeralda para el estreno de La guerra gaucha, en 1942. "Era una fiesta concurrir a un estreno", recuerda hoy a sus 82 años José Martínez Suárez, que estuvo ese día acompañando a sus hermanas, las gemelas Silvia y Mirtha Legrand. "El Ambassador era de los cines más bonitos de Buenos Aires. También estaba el Monumental. Y el Gran Rex y el Ocean, que tenían alrededor de tres mil localidades."

Pasaron más de 60 años y no sólo las películas cambiaron. También cambió la forma de verlas. Ya es raro ver cines de tres mil butacas, las películas se estrenan simultáneamente en cientos de salas, y las pantallas no están solamente en los cines: están en los televisores de las casas, en las PC, las notebooks, los ipods y hasta en los celulares. Y las películas no se guardan únicamente en pesadas latas con celuloide: están en DVD, pen drives, discos rígidos y el cyberespacio.

El formato digital revolucionó el panorama. Para ver una película en 35mm es indispensable el proyector, la sala a oscuras y la pantalla blanca. Copiar una sale casi 3 mil pesos, y para conservarla hay que mantenerla en un ambiente controlado. Una película en formato digital puede proyectarse en cualquier lado, con aparatos pequeños, sencillos y baratos: soportes menos nobles que el fílmico pero cada vez más expandidos. Además, el digital se puede copiar casi sin costo y no se deteriora con el tiempo.

Estos avances tecnológicos cambiaron la forma de comercializar el cine. Los ingresos que genera una película por su proyección en las salas son ahora una mínima parte del negocio. De hecho, el objetivo de la reciente huelga de guionistas de Hollywood era que los trabajadores percibieran parte de las regalías generadas por estas nuevas formas de comercialización, que van desde la venta mediante DVD a la distribución mediante "podcast" (archivos que pueden ser reproducidos en computadoras, ipods o celulares).

Las "cams" son películas filmadas con una cámara de mano en la misma sala de cine. Por supuesto la calidad es pésima, la cámara se mueve y se escuchan las reacciones del público, pero una vez que el "cam" está disponible en la web -usualmente al rato de terminada la proyección-, cualquier espectador del mundo accede a una película. La costumbre, ilegal por donde se la mire, se expande, a medida que se abaratan las PC y las conexiones a Internet son más rápidas.

El Ambassador que recuerda Martínez Suárez hoy es una destartalada galería comercial en una peatonal descuidada. Aquellas majestuosas salas de tres mil butacas fueron reemplazadas por las multisalas de los shoppings o las pantallas de las notebooks. Pero quedan las películas y el acceso a ellas es cada vez más sencillo. El desafío del digital es alcanzar la calidad del celuloide.